miércoles, 1 de julio de 2009


Yevgeny Yevtushenko y mi reconciliación con la poesía.

Por Cynthia Romero
El día jueves 18 de junio, luego de unas no muy entretenidas clases de historia, me dirigí a la Facultad de Letras de la Universidad Diego Portales para asistir a una lectura de poesía que contaba con la celebre participación del poeta ruso Yevgeny Yevtushenko. La tarde estaba bastante gris y fría. Yo realmente no tenía ninguna intención de ir, menos a escuchar a un ruso del cuál jamás había oído y siendo sincera, no soy muy adepta a la poesía en general.
La actividad comenzaba a las 16.30, llegue media hora antes, después de haber vencido a mis compañeros en un mini campeonato de taca-taca en el patio de nuestra Universidad Alberto Hurtado. Usé esos minutos sobrantes para conocer la UDP. No me gustó, se veía fría y gris, combinaba con el día. No habían árboles, todo era concreto, solo un mural de llamativos colores me hacía diferenciarla de algún hospital.
A la hora acordada entré al estudio de televisión de la UDP, era grande, bastante más grande que el de nuestra universidad. Me gustó. Me senté junto a mis compañeros en el suelo, las únicas sillas que habían estaban reservadas para los invitados, y esperé. El inicio de la actividad no fue puntual. Poco a poco el estudio se fue repletando, hasta el punto en que había gente parada. En el escenario había un joven encargado de animar el evento, no recuerdo su nombre, tampoco es importante. Junto a él cuatro jóvenes, dos mujeres y dos hombres, estos últimos usaban vestimentas bastante extrañas, típicas del estereotipo de poeta bohemio. Me llamó la atención una de las chicas, llevaba un lindo vestido a rayas, este era corto y sin mangas. Yo estaba con pantalones, chaleco y bufanda y aún así sentía el frío. Creo que las luces del escenario hacían a la vez de estufas.
En un momento entró un hombre, bastante delgado y canoso, todos aplaudieron. Supuse que se trataba del anunciado poeta ruso, no le di mayor importancia. Éste pasó saludando a la gente presente luciendo una agradable sonrisa. Se sentó en el escenario junto a otro hombre, también mayor, pero menos que él. Tampoco sabía quién era.
El animador tomó el micrófono, los problemas de sonido fueron realmente desagradables. Luego de ese percance el joven saludo a los presentes, entre ellos los poetas Héctor Hernández, Jaime Huenul y Raúl Zurita. Por fin un nombre conocido y no es porque haya leído su obra precisamente, sino porque recordaba un incidente en el cual Zurita se refirió a la literatura chilena como mediocre. Todos aplaudieron, yo también.
El primero en presentarse fue Felipe Kong, un joven estudiante de filosofía. Delgado, de cabello largo y colorida, pero poco combinada, vestimenta. Su voz suave y su entonación lenta no lograron entusiasmarme. Su poema se titulaba “Laureles y olivos”. Con frases como “La luna sigue a todo el curso de kinder en el camino a sus casas, el gatito blanco que aparece cuando quiere y se cruza frente a nosotros para indicar que nos sentemos”, terminé de aburrirme por completo. Mire hacia mi alrededor, algunas personas dormitaban. Por fin terminó su presentación entre unos tímidos aplausos.
Continuó la joven el vestido a rayas, su nombre era Gabriela Peralta, estudiante de Literatura Creativa en la UDP, y de sólo 19 años. Creo que su poema trataba de amor, realmente no le puse mucha atención. Mientras tanto, Yevgeny hojeaba libros e intercambiaba palabras con las personas sentadas a su lado. Gabriela concluyó entre algunos piropos y aplausos poco entusiastas.
Luego fue el turno de María Paz Valdebenito, estudiante de Literatura e la Universidad Alberto Hurtado. El animador concluyó su presentación con la frase “Ahora se dedica al baile árabe”. Ella lo corrigió. Nunca comprendí si era un error o una broma, si fue broma no me causó gracia. Comenzó su lectura con un tono pausado, lento. No logró obtener más atención que sus predecesores. Su primer poema terminó con la frase “Habrá en el corazón del hombre un hilo atado a la cola de una rata y esta vivirá en una rueda para siempre. Eso significa, identificarse con la calma que tuvieron los corderos. Alguien me enciende una lámpara”. Mi falta de amor hacia la poesía seguía creciendo con cada una de sus palabras, para mí, sin coherencia ni lógica. Tal vez de eso trata la poesía.
Finalizando la presentación de los poetas emergentes estaba Ignacio Morales. Éste comenzó su lectura en inglés. Yo pensaba “¿Qué le pasa?”, cuando terminó todos rieron, no se por qué. Su voz era mucho más potente que las demás, había frases como “¡ah! Titiriteros de los tiempos, que otra forma de conocimiento pretender. Con la boca llena de migajas y la lengua rebanada por púas,” en las cuales casi gritaba. Yo cada vez tenía más sueño.
Posteriormente fue el turno de Javier Campos, un poeta chileno ganador de varios premios. Su poesía era bastante romántica, pero su entonación me impedía concentrarme en sus palabras. Sin grandes aclamaciones, volvió a su asiento.
Ahora, por fin, era el turno de Yevgeny Yevtushenko. Yo solo quería que mi martirio terminará pronto. El animador lo presentó con bastantes adulaciones, contó que era miembro honorario de las más honorables instituciones, su obra ha sido traducida a más de 70 idiomas y un planeta lleva su nombre.
Luego de disculparse por su acento siberiano comenzó a recitar “Adiós, bandera roja”, trataba de la Unión Soviética. Instantáneamente algo cambió en el ambiente. Los murmullos se callaron y toda la atención se centró en Yevgeny. Las palabras que usaba en su poesía era simples, perfectamente comprensibles para una persona de lenguaje limitado como yo. Mi atención fue tal, que deje de tomar nota. Solo escuchaba. A pesar que su poema no me llegaba de muy de cerca y que luego de las clases de historia terminé colapsada con la URSS, me emocionó. Creo que supo transmitir sus sentimientos. Los aplausos está vez fueron espontáneos.
Tres poemas bastaron para hipnotizarnos con su prosa. En un momento pidió que prendieran las luces para poder vernos las caras. Se acercó al público, por un segundo me sentí parte de sus historias. Para finalizar recitó de memoria y en ruso un poema titulado “Si y No”, mientras Javier Campos nos leía la traducción. Los aplausos fueron efusivos y sinceros. Al terminar la gente se acercó a tomarle fotos y tratar de hablar con él.
Yo me quede sentada unos minutos más, observando el tumulto de personas que se abalanzaron encima del carismático Yevgeny y pensando. Al final sí había valido la pena ir. El lenguaje simple también puede convertirse en arte. Tal vez Raúl Zurita tenía razón en sus comentarios con respecto a la literatura chilena. Es mejor poner corazón que tratar de parecer inteligente y tal vez le daría una nueva oportunidad a la poesía.-

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